¿What you do for love?

La dignidad del pueblo negro en América, a partir del ocaso colonialista, se ha construido con historias como las de Rodney Hinton. No por nada nos decía Frantz Fanon que “toda descolonización es un fenómeno violento”.

No quiero referirme a las bascosas condiciones de abuso ante las cuales tuvieron que revelarse las negritudes a lo largo de la historia en la América esclavista y feudal, pero sí quiero dejar sentado que existe una  manumisión pendiente en este sistema que nos “reconoce” libres: la liberación económica; pues la pobreza es el nuevo cepo de las negritudes y es en nuestro encadenamiento colectivo a esta que se engendra el racismo de clase. 

Hay que llamarlo por su nombre: Racismo de Clase. No hacerlo y en su lugar llamarlo Racismo Estructural, hace una convocatoria a combatir el síntoma y no la enfermedad. Realmente el racismo ya no es estructural, la que es estructural es la pobreza en la que quedamos atrapados de manera masiva desde que se abolió la esclavitud pero no se abolieron las inequidades.

Lamentamos profundamente casos como el de Rodney, que recaen en una desgracia individual, sin embargo, si verdaderamente lo lamentamos y no queremos que se repitan, debemos entender que esto hace parte de una circunstancia colectiva y de un estigma que se origina (hoy) en nuestra pobreza mayoritaria; es decir, en nuestra condición de clase.

La pobreza es el principal acto de violencia en una sociedad; y la violencia impune genera más violencia. Por eso los entornos empobrecidos son una fuente de descomposiciones sociales y por eso quienes provienen de ellos son sinónimos de peligro. 

Pero en un país de privilegios, el estado en lugar de perseguir erradicar la pobreza (esta sí es estructural pues sobre ella reposa la estructura de los privilegios), la criminaliza para reprimirla, para mantenerla “en su lugar”, para que no se desborde, para que no incomode a OTRA CLASE de ciudadanos. Y en el afán de predecir el peligro que la pobredumbre representa, el estado la perfila, le busca sinónimos, le confiere características, la georeferencia, la personifica, le atribuye formas de vertiese, de expresarse, maneras de moverse, apariencias física, etc.;  y, sobre todo, le concede una tendencia racial. 

Mientras los negros sigamos siendo el rostro principal de la pobreza, mientras seamos la carta de presentación de los ghettos, mientras guardemos una conexión mayoritaria con la pobreza, mientras quepamos masivamente dentro del retrato de las peores condiciones materiales que la sociedad permite, seremos criminalizados y sujetos de ese racismo; ese racismo que nos niega el derecho a ser inocentes si corremos; ese racismo que le disparó al hijo de Hinton la semana pasada; ese racismo que nos desapareció 4 menores hace pocos meses. 

Hoy no lamentamos solamente tragedias recientes como la de Ryan Hinton (hijo de Rodney Hinton Jr.) o como la de Ismael, Josué, Nehemías y Steven (los 4 niños desaparecidos en Guayaquil en manos del ejército), sino que lamentamos también el hostigamiento incesante que se ha recrudecido en espacios públicos en el marco de estos perfilamientos, como fue el caso de la hija del maestro Lindberg Valencia, quien se encontraba el pasado domingo junto a su pareja y su pequeño hijo en el playón de La Marín en la ciudad de Quito “donde dos policías con puntapiés y empujones, se ensañaron con ellos, para revisar sus mochilas, documentos y demás, en medio del universo de toda la gente que ahi se moviliza” (cito de las propias palabras empleadas por el maestro en su denuncia hecha en sus redes sociales); y como este, lamentamos los innumerables casos que se reproducen a diario, muchos de los cuales no tenemos registros porque forman parte de la “normalidad”. 

¿Una sociedad que tolere esto no representa acaso el fracaso de nuestra civilización? ¿Qué sucede con el pueblo negro, aquel titán que se emancipó,  forjó independencias y luchó con coraje por sus derechos y por mejores días, y hoy permanece pasivo a merced de sus opresores?

Acontecimientos como el de Rodney Hinton entristecen, sin embargo, nos recuerdan nuestras luchas vigentes y nuestra capacidad de indignarnos. Y para que no quepan suposiciónes: sí creo que el accionar de Rodney tiene algo de admirable, y es precisamente que su venganza no fue dirigida contra el hombre que le arrebató la vida de su hijo, sino que fue una venganza contra la fuerza pública opresora y cómplice del sistema de inequidades, y en ese acto, nos vengó a todas las clases oprimidas, incluso más allá de las negritudes; ¡eso hace un humanista!.

La solución no inicia en los gobiernos sino en nosotros, justamente allí, en nuestra capacidad de indignarnos, representada primero en la aptitud para reconciliarnos y devolverle el sentido colectivo a nuestras luchas (para ello el rescate de nuestra identidad es fundamental y por lo tanto el trabajo cultural es un asunto político), y segundo, en la honradez, voluntad y perspicacia de nuestros dirigentes, para comprender y hacer comprender que el racismo de clase se resuelve con Lucha de Clases… ¡no es otro el camino!. 

Con revolución y estima.

Sábado, 10 de mayo del 2025.

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