Dicen que los negros somos bulliciosos cuando nos sentamos a merendar. Lejos de significar una ofensa, para mí es un distintivo que, resalta nuestra alegría. La alegría del pueblo afrodescendiente constituye una ironía que, en medio de los dolorosos pasajes de nuestra historia, no puede ser concebida de otra manera más que como un acto de resistencia, de osadía, de rebeldía, de esperanza.
Pero hay un silencio político del pueblo afroecuatoriano que se viene notando ya por décadas como evidencia de que no estamos asistiendo a una importante merienda: la merienda de la democracia, el convivio que llama a todos los pueblos y sectores de la ecuatorianodad a sentarse a la mesa en que se definen las orientaciones y realizaciones más cruciales de nuestra vida republicana, en la que también deberían estar sobre el mantel nuestras profundas razones históricas, nuestras más sentidas e insoslayables necesidades de hoy.
Vengo sosteniendo en anteriores textos, que el problema fundamental de nosotros los negros no es el racismo estructural del modelo capitalista, sino el racismo de clase que surge como consecuencia de la pobreza estructural del modelo capitalista, dentro de la cual estamos colectivamente atrapados dadas ciertas condiciones históricas.
Esta diferenciación entre el racismo estructural y el racismo de clase, cambia la concepción del núcleo de nuestras problemáticas. Deja de ser un asunto estrictamente de raza y lo reinterpreta como un asunto de clase. Destituye al viejo enemigo (el racismo estructural) y lo sustituye por la verdadera fuente contemporánea del problema: la pobreza estructural.
Las bases científicas de este planteamiento están redactadas en una obra que aún no publico, llamada “Negros de moda” (primer libro de una trilogía en desarrollo), pero una aproximación teórica puede encontrarse en mi artículo “El país sin 4”, escrito en homenaje a los 4 niños negros brutalmente desaparecidos en Guayaquil hace escasos meses; hecho por el cual, entre otros, nuestra sociedad no debería sentir solo pena sino también vergüenza por su impasibilidad ante tales horrores.
Si bien este no es el centro temático para el presente artículo, me introduzco de esta manera porque la pobreza dentro de la cual estamos colectivamente atrapados los negros, sí es una cualidad estructural del sistema capitalista; y si ese es el epicentro contemporáneo de nuestra problemática social, estamos ante el hallazgo y la certificación de que la fuente de nuestra problemática colectiva es el mismo capitalismo.
En el modelo capitalista, la problemática colectiva de nosotros los negros, no la reproduce ni la concepción legal, ni la concepción científica del hombre negro al interior de las sociedades. En el sistema capitalista esta problemática la reproduce la condición económica mayoritaria de la gente negra, que por consecuencia perpetúa, en la dimensión cultural (con potencial incidencia institucional, pues las instituciones son las personas que las conforman), un racismo que hoy nada tiene que ver con nuestra percepción biológica dentro los cimientos estructurales que delimitan las formas de acumulación de la riqueza en el sistema; y sí con nuestra condición de clase.
La agenda filosófica y política de ese capitalismo que nos daña, es el neoliberalismo. No es de sorprenderse entonces que nos vaya tan mal a los negros en los periodos políticos neoliberales. Esto es porque el neoliberalismo refuerza la pobreza estructural. En lugar de resolverla la criminaliza y la reprime. Y el rostro colectivo de la pobreza más visible en nuestras sociedades, es el de la negritud. Es así entonces como se criminaliza a una raza o a un grupo étnico por sus condiciones de clase.
Estas son las bases elementales para comprender porqué ¡En todo periodo neoliberal nos va del hijue madre!
Y no solo a los negros, sino a todos los pueblos y sectores históricamente empobrecidos, a la clase obrera, a la clase proletaria; pero siempre elevaré mi rotundo reclamo respecto a que, en el caso del pueblo negro, esa consecuencia es aún peor!
Entonces, si la punta de lanza del modelo capitalista que se constituye en el epicentro de nuestra problemática son los gobiernos neoliberales, ¿dónde estamos los negros como conjunto en medio de estos programas y sus correspondientes proyectos políticos?
En los periodos neoliberales nos minimizan y nos matan!
Antes de la revolución ciudadana, durante la larga noche neoliberal, los negros éramos la última rueda del coche aún en los territorios donde siempre hemos sido mayoría, al punto que era difícil encontrar a un negro trabajando a nivel ejecutivo en un banco o de manera visible en dependencias públicas.
Fue en el gobierno de la Revolución Ciudadana que en este país empezó a revertirse de manera acelerada la estimación del estado central (y por ende de la sociedad en general) respeto a nuestro grupo étnico.
En ese periodo político aparecen por primera vez en la historia de nuestra república, ministros de estado negros. Aparece una política de relaciones exteriores que involucraba prioritariamente a personas de los pueblos y nacionalidades (dentro de ellos el pueblo negro) para que fuéramos el rostro de nuestro país en el mundo. Se realiza con esmero una obra pública gigantesca notoria en escuelas y hospitales del más alto nivel (puntales del desarrollo económico) en nuestros territorios y, por si fuera poco, justo en sectores donde hubiera sido impensable antes, como es el caso del Hospital del Sur, ubicado en el corazón de la periferia económica, en un sector urbano marginal del cantón Esmeraldas, donde en los anteriores gobiernos solo había abandono del estado, violencia y represión… el mismo abandono, la misma violencia y la misma represión que ahora resurgen.
Esto también es obvio porque, si el problema central de los negros es el capitalismo y nuestro mayor enemigo es el gobierno neoliberal, es natural que nos vaya mucho mejor en su antítesis: el socialismo. Es natural que en el gobierno revolucionario (totalmente lo opuesto al gobierno neoliberal), germinen para nuestros hijos las escuelas y las flores. El gobierno revolucionario es el mejor amigo del hombre negro, es su esperanza, porque este ataca el corazón de nuestra problemática: la pobreza estructural; así va erradicando el racismo de clase.
En mi artículo “La batalla cultural”, menciono que el socialismo de hoy debe replantearse y erigir nuevas formas acordes a las exigencias del momento histórico; pero ratifico también que la necesidad primordial del socialismo y del gobierno revolucionario, no están en duda. Primero debemos tenerlos para luego replantearlos.
Y para los negros, entendidos desde lo colectivo, no es una opción, sino que resulta fundamental el socialismo y los procesos de lucha de clases, para nuestras reivindicaciones históricas. En ese sentido, es coherente también decir que, desde que existimos como Ecuador, no ha habido un proceso o periodo político que acoja mejor las demandas históricas del pueblo negro, que el de la Revolución Ciudadana.
Pero hay un silencio político del pueblo afroecuatoriano que se viene notando ya por décadas
¿dónde estamos colectivamente los negros frente a las agendas neoliberales que nos agreden, nos desangran y nos denigran?
Me refiero concretamente a los momentos más álgidos de las mejor llamadas crisis neoliberales. Por ejemplo: la “Rebelión de los forajidos” que provocó la caída del gobierno de Lucio Gutierrez y marcó prácticamente el final de la larga noche neoliberal, no contó entre los protagonistas con una presencia significativa de los afrodescendientes como pueblo.
En octubre del 2019, durante el gobierno de Lenin Moreno, se da una gran paralización nacional por la eliminación de subsidios a los combustibles, reducciones salariales, inicio de la crisis de seguridad, reducción de los presupuestos para la salud y la educación públicas, reducción de la inversión social a todos los niveles, exoneraciones tributarias a los más ricos, privatizaciones, incremento de los índices de desempleo y de pobreza, corrupción desmedida, etc.; la gran mesa de diálogo en la que desembocó dicha coyuntura tuvo como gran ausente al pueblo afroecuatoriano.
En junio de 2022, durante el gobierno de Guillermo Lasso, estalla otra oleada de protestas, nuevamente como respuesta a un plan político económico que implicaba el aumento de los precios de los combustibles y la canasta básica familiar, recrudecimiento de la crisis de seguridad, pulverización de los presupuestos para la salud y educación públicas, inversión social nula, jugada tributaria favorable a los intereses de los grandes grupos económicos, incremento de los índices de desempleo y de pobreza, corrupción insaciable, etc.; en esta ocasión, otra vez el gran ausente fue el grupo humano más perjudicado, los afroecuatorianos.
Finalmente, en el actual gobierno, otra vez en el marco de un propósito político neoliberal típico, pero con la particularidad de que ha sido llevado a extremos insostenibles: aumento de los precios de los combustibles, crisis de seguridad, crisis en el sistema de salud pública, aniquilación de los presupuestos y de las inversiones sociales, sin precedentes; además, con variables nuevas como la crisis energética, crisis de la infraestructura general del estado y una represion militar sin antecedentes comparables, disfrazada de lucha contra la delincuencia; ante estos hechos, tampoco ha habido una manifestación ni una presencia contundentes por parte del pueblo afroecuatoriano, ni siquiera frente a un suceso tan sensible como la desaparición forzosa de los 4 niños afro.
Esta naturaleza colectiva nos coloca en una posición en la que no aparecer es casi un catastrófico sinónimo de no existir; lo cual es una ironía nefasta… pues mi padre siempre dice que “nosotros los negros no podemos mimetizarnos”.
Puede ser entonces que estamos desapareciendo precisamente como pueblo (como conjunto). El pueblo afrodescendiente, ese titán “libre por rebelde” que rompió grilletes, forjó independencias y combatió con garra en las gestas liberales por el logro de mejores días para nuestra gente, está inmerso en una especie de letrargo y eso tampoco es una casualidad; eso es una hechura del mismo capitalismo.
Analizar la pasividad y la disgregación del pueblo afroecuatoriano ante los hechos que nos aluden es, por un lado, llevar a la práctica toda mi propuesta teórica sobre la dominación cultural capitalista; la cual, en el último de mis títulos (de la trilogía en desarrollo), “Causa y Consecuencia”, toma como partida el escenario vivo de la sociedad esmeraldeña y permite ver de cerca el ejercicio de una construcción social capitalista a la medida de las necesidades y formatos burgueses de apropiación de la riqueza social, donde uno de sus mejores productos terminados es el negro, pobre y que muchas veces hasta se define “de derecha”.
Pero otra vez aquí lo clave es entender que estamos ante una construcción y no frente a casualidades.
La explicación científica larga al respecto está en mi segundo libro (de la trilogía en desarrollo) “El eslabón perdido del socialismo del siglo 21”; pero de manera resumida, aquí puedo decir que: desde que existe la sociedad humana la batalla entre las muchedumbres y las élites dominantes se reduce no a solo una batalla por los recursos sino fundamentalmente a una batalla por la dominación del pensamiento colectivo para poder acapararlos.
Ese pensamiento, que colectivamente constituye un ideario, se induce, se crea; y el reducto (la matriz) donde se consolidan todas esas cosmovisiones (que la vez determinan la manera social de ser, de actuar y de existir) es la cultura. La cultura abarca todas las formas del hombre, ¡hasta su forma de amar!.
El negro confundido políticamente, disgregado y desmovilizado es una construcción permante del capitalismo burgués. Y el letargo político del pueblo afro y de cualquier otro sector del proletariado, no debe ser entendido como un triunfo de las burguesías sino como un fracaso de los revolucionarios.
Digo que es una una construcción porque, para que funcione el aparataje burgués de concentración de la riqueza socialmente creada, se necesita un tipo de ser humano en específico; el ser humano individualista, egoísta, egocéntrico, desintegrado, enajenado, transculturado y, por ende, con crisis identitaria.
Son dos las maneras en que se gestiona la apropiación de la riqueza creada por la gente en las sociedades capitalistas: 1. La plusvalía y 2. El consumo. Para que el capitalismo funcione, el ser humano debe ser consumista y el consumismo solamente florece en entornos donde el ser humano ha sido reducido a su mínima expresión individual.
Es el ser humano individualista, egoísta y egocéntrico el que sueña o puede preferir un modelo en el que le alcance para comprarse un nuevo Mercedes Benz en vez de que, por ejemplo, hoy sean satisfechas todas las hambrunas.
En la escala de prioridades del ser humano individualizado, debe existir fundamentalmente él mismo, porque este tipo de ser humano es el que va a pretender llenar su profundo vacío existencial, ese profundo orificio abierto en su humanidad cuando lo despojaron de su noción de conjunto, de su identidad (una suerte de desalmamiento; porque ella es la base fundamental para la construcción de la noción del “yo soy”, del “yo pertenezco a” y del “yo existo de estas maneras concretas”), con el consumo desmedido de cosas (y de drogas… por eso las sociedades más “exitosas” del capitalismo son las que más consumen estupefacientes).
Para que florezca el capitalismo, el ser humano debe ser anti ético e inmoral a carta cabal; debe ser capaz de cualquier cosa por el dinero, para satisfacer los sueños de consumo. Es este tipo de ser humano el que duerme tranquilo en su mansión mientras a escasos metros a alguien se le está muriendo un hijo por no tener para las medicinas. Es este tipo de ser humano el que tiene una facilidad vomitiva para hipotecar sus causas populares, sus preceptos ideológicos y su conciencia de clase, con tal de acceder a los beneficios materiales que aspira poseer.
El ser humano capitalista no cree en nadie. No entiende razón más allá de sí mismo. Hacia allá apuntan las crostrucucines culturales capitalistas, pues el consumismo no florece en entornos sociales consolidados, donde existe solidaridad, altruismo, integración, conciencia social, sentido de pertenencia y noción comunitaria de la vida.
Y la base de la construcción de los lazos sociales de unidad, de empatía, de solidaridad, de comunitarismo, de integración, es la identidad; por eso las sociedades capitalistas por gestión de las burguesías, apuntan a la destruccion de la identidad.
Tal cual suena, la identidad nos identifica, nos congrega, nos hermana, nos establece lazos comunes.
El capitalismo fracasa donde existe identidad ya sea porque la felicidad en un entorno comunitario no radica en la satisfacción individual de las necesidades materiales sino en la construcción del bienestar colectivo (el ser humano opuesto al individualista, el comunitarista); o, de la mano de esto, porque los entornos con fuerte carga identitaria no son permeables por nuevas tendencias culturales que desapeguen a la gente de su equipaje de tradiciones (no son enajenables ni transculturables), por lo tanto, el consumo en este tipo de entornos sociales orbita alrededor a lo propio, de lo auténtico y de lo tradicional; y no en torno a la oferta de las élites corporativas, de las burguesías o del neocolonialismo mercantil.
Esta lógica también se hace extensiva a la ofensiva política del capitalismo, pues el neoliberalismo tampoco florece frente a un pueblo unificado, organizado y fundido en lazos comunes de identidad y de pertenencia conjunta. Los dueños del capitalismo siempre van a buscar un pueblo sin identidad porque ¡Un pueblo unido lucha!, ¡un pueblo unido no deja que lo vejen!, ¡un pueblo que se ama entre sí, no permite que le desaparezcan a 4 de los suyos sin que arda la República! ¡Un pueblo unificado por lazos comunes de identidad, intuye mejor los peligros y piensa mejor políticamente!
La aniquilación de nuestra identidad y consigo de nuestra conciencia de grupo, de la mano de la malformación humana que genera la cultura capitalista descrita, han construido, hablando desde la generalidad, un afroecuatoriano en conflicto consigo mismo, marcado por el individualismo, despojado de su sentido pertenencia colectiva (más allá de ciertas cercanías familiares inmediatas), con problemas de autoreconocimiento, sumido en una profunda crisis de identidad y de pensamiento político. Por consecuencia ¡Cada negro es una república independiente!; De allí que “el negro no quiere al negro”; de allí que ver progresar a un hermano de la raza puede causar dolor a algunos, en lugar de satisfacción, considerando también que ese progreso sí implica un alejamiento no de raza pero sí de clase (el capitalismo en sí es nuestro problema central y ¡nuestro peor enemigo es el gobierno neoliberal!), más aún en el caso de las afroburguesías. Este es el perfil perfecto del negro para que las burguesías y los gobiernos neoliberales nos hagan lo que les da la gana.
Sin duda alguna esta es una de las razones que hoy nos desmovilizan como conjunto. Por eso suelo decir que el principal acto de rebeldía es la reivindicación de nuestra identidad. Es también por esta razón que “El eslabón perdido del socialismo del siglo 21” lleva como sobre nombre “El socialismo étnico”, porque el libro explica finalmente cómo la revolución debe plantearse desde las reconstrucciones culturales para romper los ciclos de la dominación cultural capitalista, teniendo como partida las grandes reivindicaciones identitarias, que como consecuencia permitan que aflore una verdadera y sentida cultura revolucionaria. La identidad nace y se formula en niveles étnicos con su respectivo alcance de territorio, por lo tanto el socialismo debe apuntar hacia allá, porque por allá el capitalismo nos ha roto, nos ha fragmentado y de cierto modo nos ha ganado la batalla… en el corazón de la hechura social de un modelo de producción: el pensamiento, la identidad, ¡la cultura!.
Otra fuente de desmovilización que encuentro es precisamente la referencia con la que inicié este artículo: el divorcio conceptual existente entre nuestras consignas de lucha y nuestra realidad en el sistema capitalista contemporáneo. Hay un divorcio entre el pueblo negro y las consignas que determinan nuestras luchas, y eso parte de la descontextualización de nuestras mismas narrativas. No han evolucionado nuestras motivaciones junto con el modo de producción.
La diferencia entre racismo estructural y racismo de clase parece inofensiva, pero entraña la escencial diferenciación entre luchar contra un fantasma en potencia y luchar contra el sistema capitalista y su punta de lanza, el gobierno neoliberal. Y este discernimiento es el que nos puede clarificar que nuestras luchas trascendentales no pueden desembocar en otra dinámica más que en la lucha de clases y en una agenda socialista; y a su vez, es este segundo discernimiento el que puede emplazar fácilmente el cúmulo de nuestras aspiraciones en el proyecto político de Luisa González ante la presente coyuntura.
El enfoque del racismo estructural finalmente no hurga en la llaga, no vierte alcohol en la herida que sí mantiene abierta en nuestro día a día, la pobreza colectiva en la que estamos mayormente inmersos. Las narrativas que sustentan nuestras consignas de lucha deben ser replanteadas a la medida de este momento histórico; y hacia allá apunta mi primer libro de la referida trilogía (en desarrollo): “Negros de moda”.
Pero, para culminar, quiero destacar particularmente una razón que queda expuesta en “Causa y consecuencia”, frente a este letargo y fenómeno de desmovilización del pueblo afro: las dirigencias; quiero decir: la decadente dirigencia afroecuatoriana.
Puede haber razón en decir que las dirigencias son el vivo reflejo de las sociedades a las que representan. Esta frase hace honor al sentido del título “Causa y consecuencia”, el cual entraña la dificultad de identificar dónde comienza y dónde termina esta problemática enmarcada en un proceso de construcción cultural permanente del capitalismo y, por supuesto, a la vez plantea el reto de determinar cuáles son esas “bases motrices” que se deben atacar para romper esos ciclos o esas secuencias; pero la obra no da margen a fatalismos cuando determina que una de esas bases motrices (sino la principal) son nuestras mismas dirigencias.
Más concretamente quiero decir que, aunque de alguna manera esta decadencia dirigencial sea consecuencia de las construcciones culturales y de los estragos materiales del capitalismo que aniquilan la dignidad del ser humano, las dirigencias no se pueden permitir ser causa de la reproducción de esos problemas.
Las dirigencias existen por algo. Dirigir significa “guiar, mostrando o dando señales de un camino”; en el caso del pueblo negro, ese es el camino hacia nuestras verdaderas reivindicaciones colectivas, por lo que cabe volver a cuestionarse: ¿Dónde están los dirigentes afro para dar un pronunciamiento conjunto potente, ante la presente coyuntura política? ¿Dónde están nuestros dirigentes para impulsar al pueblo negro a elevar su voz unísona y declarar de manera contundente la irrevocable naturaleza de izquierda de nuestras negritudes? ¿Dónde están los dirigentes afro para dejar clara la coherente posición antineoliberal y antiimperialista del pueblo afroecuatoriano en estos tiempos de importantes definiciones?
Una de las principales conclusiones de “Causa y Consecuencia” es que, más allá del enfoque de los movimientos que mejor capitalicen las luchas de la izquierda y más allá de si el estado interprete con justicia nuestra historia y cumpla o no con su rol en nuestros territorios; esto va a empezar a cambiar verdaderamente, cuando aparezca (y también se permita aparecer) una mejor clase dirigencial afroecuatoriana.
Las dirigencias y, sobre todo las nuestras, no pueden actuar validas de las mismas debilidades que generan esas construcciones culturales capitalistas. Un pueblo sin dirigencias sensatas y, en cierta medida, virtuosas, es un barco a la deriva; y en nuestro caso, un letargo, un silencio que se fragua ya por décadas, una merienda sin negros.
Hoy, ver hacia el pueblo afro es revisar los escombros de un pueblo al que, si algo no le faltó jamás es valor, carácter, sentido común, conciencia de lucha y olfato de libertad.
Las dirigencias del pueblo afro ecuatoriano, con las honrosas excepciones de siempre, no solo son profundamente individualistas y egocéntricas; sino que son marcadamente oportunistas, con una fuerte tendencia a resolver su situación particular y aburguesarse; para lo cual culminan adecuando sus posturas a las agendas políticas de turno, de cualquier manera que afiance su comodidad y su interés particular.
Es que, para la mayoría, a nivel dirigencial, ese silencio político del que hablo, esa desmovilización y ese letargo, es precisamente una manera de pronunciarse; y responde a una postura política que apuesta a la consolidación de intereses que nada tienen que ver con el espíritu de una verdadera dirigencia… la búsqueda de soluciones estructurales para nuestras necesidades colectivas.
Por ejemplo: hay un sector dirigencial que por excelencia vive del discurso del racismo estructural y de las reparaciones (el negocio de la raza). Suelen ser organizaciones del pueblo afro. A este sector, usualmente derechizado, no le interesa en lo más mínimo fomentar el debate para los replanteamientos de nuestras narrativas, porque implica definiciones políticas difíciles pero trascendentales; porque implica inmiscuirse en las luchas que, a partir de ello, se desatarían; porque implica asumir los sacrificios de enmarcarse en la lucha de clases y admitir una incómoda postura entineoliberal.
Pero ¿voltearse al enemigo?
Como el negro que por comodidad política o interés económico empeña el cúmulo de aspiraciones históricas de todo un pueblo y respalda abiertamente al gobierno neoliberal. Como el negro burgués que milita la derecha y termina convirtiéndose en tonto últil, ocupando espacios en gobiernos de derecha e instrumentalizando la raza para los fines de explotación del pueblo y particularmente del nuestro mismo. O como el negro que sin ser burgués promueve, respalda o milita agendas neoliberales; el mejor producto terminado de las élites: el negro que respalda a su explotador porque quiere parecerse a él. ¡Aquí no caben las dirigencias!. ¡Aquí estamos ante la disyuntiva entre la dirigencia de izquierda y la traición a la raza!.
Desde mi posición sería, sin duda, más conveniente no publicar lo que estoy escribiendo (con el peligro que representa), pero esto acaso no sería también “voltearse al enemigo” para (como diría Alfaro), tener paz, “la paz del coloniaje”; la paz de la esclavitud de nuestra gente.
La construcción y dominación cultural capitalista, alcanza a la gran mayoría de los sectores, como dirigencias comunales, barriales, sindicales, gremiales, dirigencias de sectores productivos, entre otros (en los que caben no solo específicamente dirigentes sino también referentes). A los alcanzados por este “desalmamiento” capitalista, no les interesa las definiciones ideológicas porque prefieren acomodar su postura política a las conveniencias momentáneas y a las exigencias de las relaciones clientelares edificadas con los diferentes actores políticos de turno. Este tipo de pseudo dirigencia no tiene ningún reparo en hoy estar en una cumbre de izquierda y mañana colgar muñecos de cartón en los balcones de sus sedes.
Hay sectores como por ejemplo, el académico, donde la penetración de este espectro de oportunismo y debilidad ideológica es incomprensible e injustificable, ya que es desde allí desde donde se debería plantear con certeza científica la umbilical e inquebrantable conexión de las aspiraciones colectivas del pueblo afro con el socialismo y marcar la ruta para definiciones políticas cruciales como las que exige este momento. Y hay otros sectores como por ejemplo, el de los referentes deportivos, en el que esta penetración puede resultar más predecible porque actúan desde la más crónica falta de formación política (ese “Eslabón perdido del socialismo del siglo 21”), lo cual, repito, no es un triunfo del capitalismo sino un fracaso contemporáneo de las revoluciones.
Pero, sea como sea, a estos tipos de dirigencias no se le puede llamar dirigencia. Si seguimos la secuencia del presente artículo desde el origen, entenderemos que la dirigencia negra, para ser dirigencia, debe ser guía y, para ello, debe tener coherencia ideológica con nuestra ascendencia histórica, debe ser faro en la oscuridad neoliberal.
Por otra parte, dentro de ese mar de sectores también deambula lo que aquí llamaremos “la afroizquierda”.
Con todo lo hasta aquí dicho, parecería que con ser miembros de nuestro grupo étnico y militar un movimiento de izquierda o concebirse ideológicamente como personas de izquierda, sería suficiente. Pero el problema resulta mucho más complejo. La afroizquierda también está desmovilizada.
Aquí también hay una buena cuota de “desalmamiento”.
Algunos militan la izquierda no por asimilación ideológica de lo aquí expuesto, sino porque algunas agendas de los movimientos de izquierda concurren con sus intereses y/o aspiraciones políticas o económicas personales; pero en los momentos difíciles o en los que no son ellos o sus familiares los favorecidos, padecen del “síndrome de la avestruz” o hasta consideran abandonar el barco; ¿esto no es acaso el vivo oportunismo infiltrado en las filas de la izquierda en nuestros territorios?
La afroizquierda que no forma parte del espectro directivo y de relaciones, del movimiento más importante de la izquierda ecuatoriana, mayoritariamente tampoco se pronuncia y mucho menos milita. Unos por temor a las represalias y otros porque las directivas locales han sido escandalosamente sectarias. Esta última es la realidad predominante.
A los mejores cuadros no se los ha dejado formar parte de los espacios militantes desde donde se pueda hacer un activismo que impacte, en una senda marcada por las bajezas que promulga la mediocridad, muchas veces por temor a que surjan nuevos cuadros que opaquen a los directivos reinantes y rompan las hegemonías de las relaciones. Entre la alternativa de ser lobos solitarios o levanta banderas de personajes que no representan (y talvez ni comprendan) la profundidad de nuestras luchas, los que caben dentro de este gran segmento, han optado por desmovilizarse sin dejar de respaldar al mayor movimiento de izquierda.
No voy a hacer referencia a los que, utilizando como justificación lo descrito en el párrafo anterior, se han ido a militar agendas de derecha. Estos son traidores y siempre lo fueron; ya lo dijo Tomás Borje: “siempre se puede confiar en los traidores porque no cambian nunca”.
Pero sí hay que dejar sentada la urgencia de replanteamientos en los movimientos de izquierda, al menos en el más importante, que contribuyan con el afloramiento de dirigencias virtuosas y directivas más acertadas.
Sin embargo, dejo sentado también que una dirigencia virtuosa se moviliza sola y se gana sus espacios.
Nada tienen que ver los sectarismos con la posibilidad de auto convocarnos ante la histórica y sensata necesidad de reorganizarnos, de recontextualizarnos ideológicamente y de pronunciarnos ante la coyuntura.
Eso no puede ser un cálculo político en favor de aspiraciones individuales. Eso es una responsabilidad moral e histórica con nuestro pueblo negro, con nuestra gente, con nuestros hijos y con nosotros mismos.
Dentro de la afroizquierda, a nivel directivo del movimiento socialista más importante del país, sí hay personas valiosas. Cuadros políticos de profunda y acertada reflexión ideológica.
Pero incluso en esos casos suelen primar, aveces, las actitudes personalistas. Hay una cualidad en común que es transversal en el espectro dirigencial de nuestra negritud sean derechizados o de izquierda: todos quieren ser el epicentro.
El individualismo y el egocentrismo campea también en la izquierda negra y tiene el rostro de una sed de protagonismo unilateral que promueve la ociosidad de vivir en conflictos domésticos, malinformándose los unos a los otros y convirtiendo la operación política en una marea de chismes.
¡Pongámonos a trabajar por las luchas trascendentales de nuestro pueblo!
Cuando vamos a dejar los egoísmos y nos vamos sentar todos, en una convocatoria amplia, a plasmar una agenda de trabajo, de ideas o de indignaciones que nos integre a todos; o estamos resignados y resignadas a no ser esa generación afrodirigencial virtuosa que será capaz de revertir nuestra historia y superar nuestra mayor limitante: nuestras divisiones domésticas.
¿Acaso no avizoramos que las glorias personales también provienen del accionar colectivo?
Decir que los hombres y las mujeres negras de hoy, no somos capaces de eso sería, de suyo, negar nuestra misma humanidad. Yo tengo 34 años y no me resigno a perder la fe en el hombre, por lo tanto, esa fe en el hombre negro como parte de esa amalgama humana no se puede cuestionar tampoco.
Es el momento de deponer posturas personales y realizar una convocatoria amplia e irrestricta del pueblo negro, y particularmente de sus dirigencias, para sentarnos a ordenar la casa, a recuperarle la decencia a nuestras dirigencias y a despertar al titán dormido.
Es el momento propicio para un primer gran Congreso Nacional de Dirigencias del Pueblo Afro que concluya en un manifiesto que sintetice nuestra postura ideológica en el actual contexto político; y de una gran Cumbre Nacional del Pueblo Afroecuatoriano donde se lo profesemos al mundo.
Es el momento indicado para volver a mostrarle al país, de lo que somos capaces los hijos de Antón, de Illescas, de Martina Carrillo, de Ascención Lastre, de Salomón Chalá, de Hermógenes Cortés, de Jorge Chiriboga, de Jaime Hurtado (y de muchos otros que nunca permitieron que la negritud se convirtiera en un tapete de los poderosos),cuando nos convocamos ampliamente “y nos sentamos todos a merendar”.
Es el momento propicio, para escribir nuevos nombres de valientes y valientas, en las páginas donde se tatúa la historia del camino hacia la dignidad de nuestra diáspora.
Con revolución, amor y profunda convicción por el pueblo negro del cual soy orgullosamente parte,
