
Cambiar un modelo de injusticias, de inequidades y de pobreza, no radica solamente en un proceso económico… sino que es un proceso fundamentalmente cultural. Esto introduce la temática central de mi libro en desarrollo: “El eslabón perdido del socialismo del siglo XXI (El socialismo étnico)”.
Llevo años luchando con el asedio de la idea de que el socialismo necesita una reinterpretación científica ajustada a nuestra época; algo así como un nuevo “Manifiesto Comunista”. A pesar de que el marxismo aun no admite desaciertos en su comprensión histórica global de los procesos sociales de la humanidad, hay que considerar que su base científica está expuesta a las variables socioeconómicas diferenciadas de los contextos.
De alguna manera podríamos decir que el capitalismo, con el discurrir de las décadas, ha presentando nuevas variables que nos pueden llevar a discernir que estamos en presencia de su nuevo formato, pese a que se trata del mismo modo de producción. Sus mecanismos se van tornando más complejos, se van refinando y reajustando los pormenores en cuanto a las formas de apropiación y acumulación de la riqueza (en un modelo que suelo describir “fariseo por excelencia”), pero sobre todo, se van afianzando sus dinámicas contemporáneas respecto a su dominación cultural; y un nuevo formato del capitalismo exige un nuevo formato también del socialismo.
De hecho, más que analizar las formas del capitalismo, se necesita un planteamiento científico que escrute las formas del socialismo, ajustándolo a las medidas actuales del momento histórico.
En este sentido, algo más hay por decir (y con urgencia) en los textos respecto a la dominación cultural; pues “la dominación cultural es la base instrumental de la dominación económica” y es casi patológico en las revoluciones de hoy no tenerlo en cuenta.
Esta simplemente es otra forma de dominación burguesa que ratifica su éxito y supremacía: la dominación cultural (también) del sujeto revolucionario. Un dirigente progresista errado contribuye más históricamente al reforzamiento del capitalismo y sus desigualdades, que las mismas burguesías. Se convierte en un tonto útil, acrónico e involuntario, al servicio de la comodidad burguesa.
La dirigencia (y dentro de ello, la cultura dirigencial) es un punto de inflexión (importante de estudiar) en las transformaciones hacia el socialismo.
La necesidad de este análisis, como podemos notar, no es tácita, somera o superflua, pues la compresión y asimilación del momento histórico en medio del balance histórico global, nos aporta la claridad política para dirigir los procesos revolucionarios.
Es peligroso hacer revolución sin esa claridad y sin desprender la acción política desde esa base científica contextualizante. Es allí donde muchos de los procesos se ven fracasados, lo cual capitalizan muy bien las burguesías, confundiendo el fracaso de un proceso con el fracaso del socialismo en sí.
Los privilegios de pocos y el abandono de las grandes mayorías, o esa dinámica perversa entre explotadores y explotados, no es una estructura que reposa solamente en la confección de las normas, en el diseño y en el enfoque institucional, en la configuración de la política, en la composición de las relaciones de poder y en el diseño de la “verdad” predominante constituida por los medios de difusión y de comunicación (por lo que no es lo único que se debe atender), sino que es una estructura que reposa, se instala y se perpetúa en la cultura de las poblaciones.
Digámoslo de esta manera: para que predomine un problema social debe haber obligatoriamente una cultura que lo admita, que lo tolere e, incluso, que lo apadrine o respalde. Una cultura, sin dudar, impuesta o promovida por las clases favorecidas.
Si queremos erradicar un problema social, debemos hacerlo intolerable culturalmente ante los miembros de la sociedad.
Si queremos erradicar la desigualdad debemos extirparla del corazón del pueblo: debemos erradicarla de su cultura.
La cultura abarca todos los escenarios de la vida humana (la cultura es política, es institucional, es productiva, etc); y tantas realidades injustas no fueran posibles si quienes se benefician de ellas no hubieran logrado reducir al ser humano a su su máxima expresión individual, egoísta y anticolectiva. El individualismo y el egoísmo son la base cultural capitalista que resume al hombre en un agente de consumo, en un dígito, en un código de barras… sin mayor valor que eso. Sin individualismo y egoísmo fracasa el consumismo y fracasa uno de los motores de apropiación, acumulación y explotación del modo de producción capitalista: el mercado.
Pero insisto… aquella cultura de individualismo, de oportunismo, de egoísmo, de egocentrismo, de entreguismo, de prioridad a lo ajeno en lugar de a lo nuestro, de respaldo electoral a las clases opresoras; aquella falta de unión y de movilización por la defensa de la grandes causas sociales, no son hechos fortuitos sino que estamos ante el aparataje monstruoso y monumental de la dominación y la fabricación cultural del capitalismo.
Las revoluciones de hoy están obligadas centrar su atención en esto. Las revoluciones de hoy están obligadas desmantelar esa cultura de odio y fatalismo, para sustituirla por una cultura de unidad, de solidaridad, de dignidad, de decencia, de organización para la búsqueda colectiva y no particular de las soluciones a las problemáticas; una cultura de consumo de lo nuestro, de orgullo nacional, de soberanía, de producción activa, de institucionalidad, de rechazo a la corrupción y (en el caso de mi país resulta obligatorio decirlo en este momento político): de conocimiento de los derechos conquistados en la Revolución Ciudadana para que el pueblo no permita que se los arrebaten jamás.
Definitivamente las revoluciones de hoy tienen el reto de crear una cultura revolucionaria con igual o superior eficiencia que aquella con la que se crea la cultura capitalista. Las revoluciones de hoy tienen el reto del cambio de la matriz cultural con urgencia equivalente al cambio de la matriz productiva.
Quizás para estos efectos y, particularmente para salir del “qué” y adentrarnos en el “cómo”, sirvan de algo unas de mis próximas publicaciones.
Medellín, 19 de diciembre de 2024
