Quito, 06 de enero de 2023
Querido Xavier:
Es importante advertir, quizás no para una valoración sobre los textos y sí sobre el autor, que los vértigos que puedan despertar los pasajes de este libro, son destellos que pertenecen a una época pasada, son relámpagos ajenos a las tormentas de hoy en día, como “chispas de dos leños encendidos” de una fogata que ya no vamos a encontrar en estas playas, y tampoco vamos a encontrar el vaho de los cuerpos que acaloraron en los sitios las palabras, las primeras palabras de un idioma recién nacido; ni tampoco vamos a encontrar los sitios, porque en ellos no estará el joven casi niño que estrenaba el estallido.
Eso es “Un Nudo en la Palabra”: la recopilación de textos detenidos en el tiempo. Las travesuras de un niño que desde los ocho años empezó a jugar con las palabras como si fueran legos o como si fueran plantas, y desde entonces se prometió sembrarlas, cuidarlas, multiplicarlas, ofrecerlas al mundo cuando arrojaran frutos, y así a los trece años escribió sus primeros poemas.
Son los rastros de todos los derroches de vida y de amor y de existencia de un joven, de los que pudieron adueñarse los lenguajes.
Este libro desnuda por completo mi primer estado de inspiración poética, mi primer lenguaje curioso y verdadero, la fresca juventud que me impulsó a decir (a veces es lo mismo que “a vivir”), la vez que descubrí que podía pronunciarse el alma, que pueden mezclarse las palabras con el fuego.
Esta poesía que calza exactamente entre mi adolescencia y mi juventud temprana, trece y veinticuatro años, si debemos colocarle edades, debía ser publicada en el año 2014.
Ese año retorné al Ecuador después de haber culminado mis estudios universitarios en Nicaragua. Regresé convocado por la impostergable urgencia de enlistarme en las filas de un proceso cuyas transformaciones y reivindicaciones sociales en favor del proletariado resonaban en toda América; para un joven politólogo, irreverente, colmado de ideas, apasionado, adversario de la injusticia y la desigualdad, militante empecinado de las causas de la humanidad, no podría haber sido diferente.
Más tardé en llegar que en involucrarme en los asuntos del proceso y en asumir altas responsabilidades políticas y administrativas.
Es en medio de actividades que no entendían horarios, de urgencias que imponían la prioridad de servir, de metas que entrañaban altísimas ambiciones como la de transformar el estado y construir una sociedad más justa, que transcurrieron tres años en un instante.
Los siguientes cuatro años se marcharon en otro abrir y cerrar de ojos. Fueron años duros, marcados por las traiciones que destruyeron todo lo que habíamos construido, por las persecuciones políticas, por los ensayos de resistencia, por el sedentarismo y las calamidades del amor, por las hazañas de supervivencia, por las estrategias, las diligencias y los procesos electorales que aspiraban alcanzar el sitial que nos permitiera rehacer lo deshecho.
Fue así como en medio de esas ilusiones, sueños y decepciones, se pasaron siete años de una vida.
Una tarde de inicios del 2022 abrí el computador y, leyendo todo lo que había escrito (incluso los poemas nuevos que escribí durante esos siete años), comprendí que había pasado el tiempo, pero que allí permanecían, jóvenes, los versos escritos hasta el año de mi regreso.
Me leí por varias horas y enseguida percibí cómo mi poesía iba cambiando a través de los años, cómo era posible realizarle una disección cronológica casi exacta y distinguirle a cada etapa sus temáticas, sus fijaciones, sus urgencias. Entonces sentí temor, el temor de que en un instante se pasara otra casi década y los versos del principio junto a los versos de las otras épocas, se quedaran jóvenes, mientras biológicamente yo siguiera envejeciendo; o peor aún, que simplemente se quedaran allí, desapareciendo junto conmigo. Sentí temor de que pasaran otros siete años sin cumplirme la promesa de la infancia de regar los versos por el mundo, para que los seres pudieran saborear los frutos de las palabras que durante mi vida cultivara como plantas. Sentí temor, quizás, porque ya no eran trece, ni veinticuatro, eran treinta y dos los años, y —parafraseando a Roque Dalton— “he empezado a dudar de mi inmortalidad”.
Inmediatamente me dispuse la tarea de hacer una recopilación y una selección lo más completa y responsable de todos mis primeros poemas, que para septiembre del año 2022 consideré haber culminado.
El resto de la historia, querido Xavier, es de tu entero conocimiento.
Quiero aprovechar el presente recuento para agradecer, una vez más, a ti y al equipo de la editorial El Ángel, por la prioridad y el interés vertidos en esta publicación.
Personalmente considero que eres una pieza fundamental en la publicación de “Un nudo en la palabra” y en la tarea de darle a estos viejos jóvenes versos, un lugar relevante en esta época.
